Es esta una historia real y verdadera, entre un rey cristiano Alfonso VI y una bella princesa musulmana, hija del rey de taifa de Sevilla, Mutamid. Tal vez sea la mas hermosa historia de amor, no solo de la España medieval, sino de la España de todos los tiempos.
l rey Mutamid le nació una hija de su esclava favorita. La niña fue bautizada con el nombre de Zaida, y era de una belleza espectacular. Se educó en una corte de cultura refinada y exquisita, recibiendo clases de canto, de música, de poesía, de relaciones sociales… convirtiéndose en una mujer inteligente, discreta, que causaba admiración en cuantos la veían y la trataban. Pero eran tiempos duros para los reinos de taifas, nacidos de la disgregación del Califato. Aunque Mutamid tenía uno de los reinos más fuertes, no por eso dejo de ser tributario de los cristianos del Norte, en concreto de Alfonso VI, que por aquel entonces eran más poderosos que sus desmembrados vecinos del sur.
Cuando Zaida contaba solo 12 años, entró en los acuerdos políticos que su padre intentaba cerrar con el rey castellano. Durante años, los dos reinos fueron aliados y, era frecuente, que los ejércitos castellanos acudiesen en socorro de las tropas sevillanas, principalmente, para sofocar rebeliones internas que solían darse a menudo en los reinos de taifas. Mutamid quiso cerrar el pacto con Alfonso VI y le ofreció lo mejor que tenía su hija Zaida. Alfonso, que había oído hablar de las muchas virtudes que adornaban a la princesa así como de su singular hermosura, no dudó en aceptar a la jovencita como prometida, si bien para un futuro, puesto que ella era muy niña, todavía, y el estaba casado con Inés de Aquitania.
El rey cristiano aseguró al rey musulmán que el matrimonio no tardaría mucho en celebrarse, pues su esposa, que debía estar enferma, no podía vivir mucho más. La princesa Zaida llevaba como dote, nada menos que numerosas plazas fuertes, lo que si cabe, le hacía aún mas deseable y el monarca castellano no estaba dispuesto a renunciar a ella bajo ningún concepto.
Pero el tiempo pasaba y la boda no llegaba a concretarse, mientras Alfonso VI iba casándose con otras princesas cristianas. Desde el momento en que se vieron Zaida y Alfonso se amaron, pero constituía un escándalo que un rey cristiano se casase con una musulmana, por muy princesa que fuera. El monarca dejo que se impusiesen los criterios de la orden religiosa de Cluny que tenía gran influencia en todas las cortes europeas. Un delegado de esta orden se acercó hasta la corte castellana, para disuadir a Alfonso de su casamiento con una mora, cuando muy bien podía hacerlo con Constanza de Borgoña, por ejemplo, princesa también y además cristiana.
En 1091 Zaida se desplazó a Castilla con un mensaje desesperado de su padre, Mutamid. El reino de Sevilla estaba en grave peligro de caer en manos de los almorávides, de hecho los dominios sevillanos estaban ya cercados por ellos, y enviaba a su mejor embajadora, Zaida, para que animase al rey castellano a que corriera en su ayuda. Pero nada se pudo hacer, cuando la princesa andalusí llegó a la corte castellana, se recibieron noticias de que Sevilla había caído y Mutamid, así como el resto de la familia real, eran prisioneros de los almorávides. Zaida quedó sola, en una tierra que le era extraña, y se acogió a la protección de su eterno prometido, el rey Alfonso VI. De ahí a convertirse en amantes, solo había un paso. Ambos se querían, y la pasión que sentía el uno por el otro les acabó de unir definitivamente.
En 1094 tuvieron un hijo, el infante don Sancho, que se convertiría en el heredero de la corona, Zaida decidió renunciar al islamismo y se bautizó con el nombre de Isabel. El rey, su prometido y padre de su hijo, en aquellos momentos estaba casado con Berta de Borgoña, a los que los asuntos amorosos de su esposo, no le importaban ni mucho ni poco.
Así esperaron otros cinco años más, hasta que en el 1099 murió la reina y Alfonso, cansado de casarse con mujeres que no quería, contrajo, por fin, matrimonio con la amada de su corazón. El 14 de mayo de 1100 se casaron y su hijo quedo legitimado. El rey tenía esposa y heredero, un heredero por el que corría la noble sangre de cristianos y musulmanes, una ocasión de oro para el entendimiento entre ambas culturas. Pero la felicidad para los tres fue muy corta. Apenas siete años después, cuando la reina Isabel, que tenía tan solo 41 años, enfermó y murió al poco tiempo. Alfonso, que ya era muy mayor, quedó desolado, pero ella, por lo menos, se libró del dolor de ver morir a su hijo, un año mas tarde, en la terrible batalla de Uclés. Ese dolor quedó entero para Alfonso, que en un tiempo tan breve, perdió a los dos seres que más quería en este mundo.
l rey Mutamid le nació una hija de su esclava favorita. La niña fue bautizada con el nombre de Zaida, y era de una belleza espectacular. Se educó en una corte de cultura refinada y exquisita, recibiendo clases de canto, de música, de poesía, de relaciones sociales… convirtiéndose en una mujer inteligente, discreta, que causaba admiración en cuantos la veían y la trataban. Pero eran tiempos duros para los reinos de taifas, nacidos de la disgregación del Califato. Aunque Mutamid tenía uno de los reinos más fuertes, no por eso dejo de ser tributario de los cristianos del Norte, en concreto de Alfonso VI, que por aquel entonces eran más poderosos que sus desmembrados vecinos del sur.
Cuando Zaida contaba solo 12 años, entró en los acuerdos políticos que su padre intentaba cerrar con el rey castellano. Durante años, los dos reinos fueron aliados y, era frecuente, que los ejércitos castellanos acudiesen en socorro de las tropas sevillanas, principalmente, para sofocar rebeliones internas que solían darse a menudo en los reinos de taifas. Mutamid quiso cerrar el pacto con Alfonso VI y le ofreció lo mejor que tenía su hija Zaida. Alfonso, que había oído hablar de las muchas virtudes que adornaban a la princesa así como de su singular hermosura, no dudó en aceptar a la jovencita como prometida, si bien para un futuro, puesto que ella era muy niña, todavía, y el estaba casado con Inés de Aquitania.
El rey cristiano aseguró al rey musulmán que el matrimonio no tardaría mucho en celebrarse, pues su esposa, que debía estar enferma, no podía vivir mucho más. La princesa Zaida llevaba como dote, nada menos que numerosas plazas fuertes, lo que si cabe, le hacía aún mas deseable y el monarca castellano no estaba dispuesto a renunciar a ella bajo ningún concepto.
Pero el tiempo pasaba y la boda no llegaba a concretarse, mientras Alfonso VI iba casándose con otras princesas cristianas. Desde el momento en que se vieron Zaida y Alfonso se amaron, pero constituía un escándalo que un rey cristiano se casase con una musulmana, por muy princesa que fuera. El monarca dejo que se impusiesen los criterios de la orden religiosa de Cluny que tenía gran influencia en todas las cortes europeas. Un delegado de esta orden se acercó hasta la corte castellana, para disuadir a Alfonso de su casamiento con una mora, cuando muy bien podía hacerlo con Constanza de Borgoña, por ejemplo, princesa también y además cristiana.
En 1091 Zaida se desplazó a Castilla con un mensaje desesperado de su padre, Mutamid. El reino de Sevilla estaba en grave peligro de caer en manos de los almorávides, de hecho los dominios sevillanos estaban ya cercados por ellos, y enviaba a su mejor embajadora, Zaida, para que animase al rey castellano a que corriera en su ayuda. Pero nada se pudo hacer, cuando la princesa andalusí llegó a la corte castellana, se recibieron noticias de que Sevilla había caído y Mutamid, así como el resto de la familia real, eran prisioneros de los almorávides. Zaida quedó sola, en una tierra que le era extraña, y se acogió a la protección de su eterno prometido, el rey Alfonso VI. De ahí a convertirse en amantes, solo había un paso. Ambos se querían, y la pasión que sentía el uno por el otro les acabó de unir definitivamente.
En 1094 tuvieron un hijo, el infante don Sancho, que se convertiría en el heredero de la corona, Zaida decidió renunciar al islamismo y se bautizó con el nombre de Isabel. El rey, su prometido y padre de su hijo, en aquellos momentos estaba casado con Berta de Borgoña, a los que los asuntos amorosos de su esposo, no le importaban ni mucho ni poco.
Así esperaron otros cinco años más, hasta que en el 1099 murió la reina y Alfonso, cansado de casarse con mujeres que no quería, contrajo, por fin, matrimonio con la amada de su corazón. El 14 de mayo de 1100 se casaron y su hijo quedo legitimado. El rey tenía esposa y heredero, un heredero por el que corría la noble sangre de cristianos y musulmanes, una ocasión de oro para el entendimiento entre ambas culturas. Pero la felicidad para los tres fue muy corta. Apenas siete años después, cuando la reina Isabel, que tenía tan solo 41 años, enfermó y murió al poco tiempo. Alfonso, que ya era muy mayor, quedó desolado, pero ella, por lo menos, se libró del dolor de ver morir a su hijo, un año mas tarde, en la terrible batalla de Uclés. Ese dolor quedó entero para Alfonso, que en un tiempo tan breve, perdió a los dos seres que más quería en este mundo.